09 Agosto, 2024
En su libro La Muerte de los Héroes, Carlos García Gual establece: “En su decisión de afrontar la muerte destella, justamente, la grandeza anímica del héroe”. Todos necesitamos un héroe, y una de las cosas que convierte a seres humanos ordinarios en héroes es su capacidad de enfrentar la muerte. Aunque su vida, valores, habilidades, carácter y desarrollo nos modela un estilo de vivir digno de emular, es su aparente ausencia de temor a enfrentar la muerte lo que los hace transcender.
Hace unos años atrás, tuve el privilegio de sentarme a conversar con uno de mis héroes. En esta conversación de varias horas me contó como su fe y sus vivencias espirituales lo habían preparado para lo inevitable de la vida, la muerte. Este hombre había visto personas ser sanadas, gente resucitada y, sobre todo, el milagro más grande que puede ocurrir, la conversión de miles de personas. Su vida como médico, legislador y político, esposo, padre y pastor le había suplido las suficientes experiencias como para tener una fe sólida en aquel que le había salvado desde su niñez.
Siempre he admirado a este héroe, no por sus grandes hazañas, sino por creer que Dios las haría. No por su gran intelecto, sino por la sencillez de su carácter, no por la profundidad de su exposición bíblica, sino por la claridad con la que vivía lo que predicaba antes de predicarlo, no porque hablara de aceptación y amor, sino porque todos los que lo rodeamos nos sentimos aceptados y amados. Un sentido del humor maravilloso, una fe incólume, un abrazo fuerte y hasta resonante en la caja torácica de aquellos que los experimentaban. Sin juicio a los demás, sin egoísmo para lo que poseía, con grandes conocimientos y absoluta dependencia de Dios.
Estos son los héroes que nuestro mundo necesita, no los que vuelan, sino los que nos hacen volar; no los que tienen superpoderes, sino los que creen en el Todopoderoso sin reservas; no en los que parecieran ser indestructibles, sino los que sabían adorar y humillarse ante la presencia de Dios. Esos héroes que con su vida forman nuestro carácter y con sus palabras nos retan a ser mejores. No usan capas, ni botas, ni armas sino la armadura de Dios para pelear cada batalla en Su nombre.
Anoche se me fue un héroe. Él decía que el día que muriera era su graduación. Dejaría de ser un hombre y sería un héroe. Pero será también es también mi graduación. A ver si todo lo que él invirtió en mi produce algún fruto. Pensar en vivir la vida sin su consejo, sin su sonrisa y sin su abrazo pareciera como algo imposible. Pero se fue. Su lucha ha terminado y ahora es aún más héroe porque afrontó la muerte con la absoluta certeza de que su HEROE, lo estaba esperando al otro lado. Hay profundas lagrimas de tristeza en mi corazón, pareciera que caminaré un rato sin brújula, sin mi héroe.
La foto que acompaña este escrito esta en mi oficina, hay una idéntica en su oficina también. Uno de esos momentos de pasarla bien con mi héroe. Ya lo extraño y me duele. Pero aún me duele más el saber de todas las personas que pasan por la vida si tener un héroe. Alguien que les modele con su vida un carácter y una actitud dignas de ser imitadas. Por eso su mayor legado es la cantidad de personas que inadvertidamente hoy son héroes gracias a él.
Entonces, ¿que ocurre cuando nuestros héroes se van? Vivimos su legado, nos comportamos como nos mostraron y realizamos que ahora, sin buscarlo, debemos vivir de tal manera que cuando nos corresponda enfrentarnos a la muerte seamos los héroes de la próxima generación. ¡Gracias Mauricio!
Dr. Carlos A. Velez
9 de agosto de 2024
Charlotte, NC
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